lunes, 30 de marzo de 2009

24 DE MARZO - A 33 AÑOS

Cinta nro 7/184 Grabada en la Comisión de Derechos Humanos.
Buenos Aires, abril de 1988.


-Yo a Julia la conocí muy bien, y además la quise mucho
. Pero llegó un momento en que nos tocó estar en veredas contrarias.Yo la conocí cuando tenía quince años, apenas entró en el partido; pero aparte la conocía porque había hecho algunos tra­bajos para la empresa de su padre a quien conocía.
—A mí la vida me fue llevando a estar en lo que estuve, y cada vez se me hizo más difícil sobrevivir a las presiones de los militares; empecé pasando información y terminé metido hasta el cuello en la máquina. Imposible escaparse.-Rosi, tráeme las pastillas.
-Sí, ahora mismo te las alcanzo, no te pongas mal, José, ya ha pasado.

—Yo también la conocí —dijo Rosa, aprovechando el silencio—, pero ya era más grande, entonces ya tenía entre veinticuatro o veinti­cinco años. Estuvo presa conmigo hasta que se la llevaron, cuando iba a nacer la niña. Yo había caído por nada, allanamientos que hacían en los ingenios y nos llevaban así, en montón, para dejarte ahí pudrién­dote o matarte. Hasta le al­cancé varias veces agua, aunque ella ya no podía tragar bien.

La que habla ahora es Rosa, quien fue detenida en un operativo de similares características, José la conoció, se enamoro y pidió que la destinen a la cocina, salvándola así.

Toma la palabra nuevamente José
; —Después de la matanza a los Gutierrez, esa familia a la que les matamos hasta al bebe de ocho meses, en Famaillá, me dio un bajón, me internaron y hubiera sido mejor pasar de largo ahí. Pero no tuve esa suerte.

Rosa: —José, no hables así, estabas obligado, si no lo hacías te hubieran matado a vos también, y no hubieras podido salvarme a mí, que gracias a eso estoy aquí.—Sí, Rosita, sí.
Se quedó callado, ella le agarró las manos, que temblaban y se las friccionó entre las suyas, acariciándolo.

Usted, José, era uno de los que viajaba en el avión con el grupo que secuestró a Julia en La Paz, ¿es verdad?
—Sí, eso saltó en los juicios anteriores, no voy a negarlo. El ejército sabía que yo y otro más de Tucumán conocíamos a los que estaban en Bolivia. Nos tuvieron dos semanas en la frontera, reconociendo gente. A fina­les del 76, nos dejaban de custodia en los puestos fronterizos, con el equipo de gendarmería y la colaboración del ejército boliviano.

—¿Pero a Julia la detuvieron en la frontera?.
—No, fue más adelante. Cuando empezaron a llevarnos a La Paz, en operativos de caza. Y cazaron a muchos, usándonos a nosotros “los dedosque señalábamos a la gente. Allí los subían al avión y los llevaban encadenados y amontonados como ganado hasta los centros de detención, en Tucumán. Centros había más de siete solo en la provincia.
Volvió a temblar de tal forma que las manos parecieron resortes sobre sus piernas.

—La mayoría no ha contado el cuento. A veces, después de un tiem­po, decían que los iban a trasladar y se los llevaban en avión, esos con todo el fuselaje al descubierto, y los tiraban desde lo alto al fondo del lago.

-¿Como fue que encontraron a Julia?
-Sabíamos que estaba en la Paz, habían interceptado cartas y la tenían localizada. Sabíamos que iba a recibir parientes al aeropuerto y aguardamos ese día. Nos conocíamos desde chicos y las familias nos conocíamos, ...Yo rogaba que no pasara pero paso, Julia me reconoció y vino a saludarme y abrazarme, a mi, mientras yo, el dedo, la señalaba. El resto del comando se adelanto y le pusieron la pistola en la espalda. Empezó a gritar... "me están secuestrando, es la policía argentina”. Pero quien iba a escucharla, quien se iba a meter a enfrentar un comando organizado. La metieron a golpes en el avión y se la llevaron directo a Tucumán.

-¿y después?-
le perdonaron la vida hasta que nació la pibita, ósea, debe haber sobrevivido unos cinco meses mas, es cuando conoció a Rosita.
-Por favor, no puedo hablar mas. No puedo volver a contarlo, me enfermo, no duermo.

(silencio).... - lo único que se es que llego viva hasta el parto, que dio a luz vendada y maniatada como todas. A ella la deben haber dejado tirada, generalmente era sin atención, hasta que murió, y si se que a la nena se la quedo el comandante del operativo, Giuglini. El y su mujer la criaron. Lo poco que pude hace por Julia es mandar una carta anónima a la familia y al marido un empresario que quedo en México, para que supieran que la hija estaba viva, no podía hacer mas, estaba vigilado.
(silencio)....
- No pude escapar al aparato, cobarde, preferí matar a que me mataran, Cuando reaccione solo podía escribir esa carta, ya era tarde para mas. Ahora vivo con estas úlceras y la columna desviada de los palos que me dieron al comienzo, cuando me resistí. Para mi la muerte será una liberación. No pude hacer más.

Cinta nro 7/184- Grabada en la comparecencia a la Comisión de Derechos Humanos. Buenos Aires, abril de 1988.Extractos de Un Hilo Rojo. Sara Rosenberg.y aclaraciones sensitivas a los extractos.A Julia Berenstein. Militante. Desaparecida.

ESTO PASO!


Cómo voy a olvidarme, fue lo más grande que vi en mi vida. Impresionante. Imagínese usted una cárcel abierta, en plena Patagonia. Ellos cantaban mucho y les gustaba hacer bulla con cucharas para acompañarse. El día de la fuga se armó como una fiesta en los pabe­llones, todos cantando y haciendo ruido mientras los guardiacárceles iban siendo amordazados y empezó a pasar una columna de gente por los pasillos. En menos de quince minutos los pabellones de los que tenían que salir estaban abiertos y nosotros no podíamos creer lo que está­bamos viendo, porque además de las puertas de cada pabellón están las de los pasillos y la entrada, con muchos guardias. Don Luciano se encendía, como si la luz del brasero le hubiera entra­do en el cuerpo y sonreía al recordarlo, hablaba como escapándose.

—Pues así de sencillo fue, y en medio del ruido no quedó ni un solo guardián en su puesto. Caminaban por los pasillos ordenados, eso sí, siempre ordenados; los vimos pasar abriendo cada puerta rumbo a la salida del penal, desarmando uno a uno los con­troles. Y no crea, hombre, el penal era grande. Bien difícil de hacer lo que ellos hicieron. Había que estar muy decidido a jugarse la vida.
—O sea, que salieron todos hasta la puerta.
—Después nos fuimos enterando de que los camiones que tenían que venir a buscarlos no habían llegado a tiempo y que los seis primeros, a los que ellos llamaban dirigentes, se habían ido rumbo al aeropuerto de Trelew en los mismos autos del personal de la cár­cel. Otros, un grupo grande, los diecinueve que no volvieron, se fueron en otros coches que no sé cómo aparecieron allí, dicen que eran taxis que estaban ahí parados.

—¿Sabe por qué no llegaron los camiones?
—Parece que los había interceptado el ejército cuando se acerca­ban. Pero los seis primeros llegaron al aeropuerto, desviaron un avión y consiguieron llegar a Chile. Fue fantástico. Los que les seguían, llega­ron un poco más tarde y se quedaron en la torre de control del aero­puerto, porque el avión siguiente no aterrizó. El ejército los rodeó, ellos entregaron las armas y se los llevaron a la base naval que está entre Rawson y el aeropuerto de Trelew. La base Almirante Zar, donde des­pués los fusilaron.

—¿Pero a ustedes, a los que se quedaron adentro y con las puertas abiertas?
Bueno, todo el mundo empezó a retroceder, a volver a los pabe­llones, los presos mismos fuimos cerrando las puertas que habían abierto. Teníamos un miedo muy grande, todos los presos sabíamos que el ejército podía entrar tirando. En otras oportunidades y por mucho menos habían ocupado la cárcel, y había sido duro.
Luciano bajó otra vez la cabeza y empezó a mirar las cenizas que se habían formado, ya no sonreía, movía de vez en cuando con el palito las brasas, que iban poco a poco agrisándose.

—Empezaron a poner todas las almohadas en las ventanas, saca­ron los colchones de las celdas, los amontonaron y se metieron debajo con las radios a todo volumen. Las radios estaban informando de lo que pasaba en el aeropuerto. Volvimos a los pabello­nes, como si fuera un día normal después del trabajo. El penal sin guardianes era raro. Tampoco nadie se animaba a abrir la puerta de las celdas donde los habían encerrado. Y allí nos quedamos esperan­do que el ejército llegara.
—Cómo, ¿no llegaron enseguida?
—Pues no, tardaron varias horas, que se hicieron muy largas hasta que empezamos a escuchar el ruido de los motores aproximándose. Me acuerdo que, antes de que llegaran, dijeron por radio que el avión habían consegui­do escapar sobrevolaba ya el aeropuerto de Chile. Y todos se pusie­ron a dar vivas y a alegrarse. Después de eso oímos las botas y los golpes en las puertas tomando posición, los sol­dados entraban gritando asustados y tirando ráfagas contra las paredes y las puertas. «Arriba, arriba, hijos de puta, de uno en uno y con las manos en alto», gritaban.

Don Luciano se había ido poniendo cada vez más sombrío. Sirvió un poquito de aguardiente.
—Después nos desnudaron a todos, mientras iban saliendo con las manos en alto, a los presos politicos ademas les quitaron las mantas y los colchones y los encerra­ron a cada uno en su celda. No hubo más patio ni salieron más de las celdas al pabellón.
—¿Cómo hicieron para saber lo que había pasado con los otros, los de la base naval?
—Pasaron así siete días, hasta que una mañana alguien empezó a gritar como un loco hacia el patio: «¡Los han fusilado, los han fusilado!»
Y así nomás fue, fusilaron a dieciséis y tres quedaron heridos graves, pero sobrevivieron. Fue un golpe muy grande, nadie podía creérselo. La cárcel se fue volviendo peor que un cuartel militar, cada vez que gritaban había palos.
—¿Y qué gritaban, para qué?
—Hablaban entre ellos y después de los fusilamientos gritaban los nombres de sus amigos y los vivaban. A las mujeres las trasladaron a la cárcel de Devoto. Las vimos pasar, cada una esposada a un guardia; era de noche y se pusieron a cantar la misma canción de siempre, esa que dice Bela chao, para avisar que se las llevaban. Los guardias, a golpes, las hacían callar.